ESTAMPAS ROMANAS, 6

Cuentan que Miguel Ángel, durante los cuatro años en que estuvo pintando la bóveda de la Capilla Sixtina, no permitió que nadie, incluido el mismísimo Julio II, observara el desarrollo de sus trabajos. Está en nuestro recuerdo la película de Carol Reed El tormento y el éxtasis y el papa Julio II (Rex Harrison) increpando furiosamente al artista (Charlton Heston): ¿¡¡¡¡Cuándo terminarás!!!?, y éste, con una mezcla de hieratismo, soberbia y cólera contenida: ¡Cuando acabe!
Y se cuenta también que, pese a ello, Rafael Sanzio, con quien rivalizaba por los favores del papa, consiguió furtivamente –solo o en compañía de otros- quebrantar el hermetismo impuesto por Miguel Ángel. Y dicen –yo lo he oído contar; o mi imaginación va más allá de lo aceptable- que, ante el prodigio que se ofrecía a sus ojos, sólo dijo dos palabras: posso eguagliare; no se sabe si movido por el orgullo, por la envidia o por la admiración, o por una mezcla de tales cosas. No se le ocurrió, pues, que la obra pudiese en modo alguno mejorarse. Tratándose del juicio del pintor más grande del momento, sus dos palabras decían: es una obra perfecta. No hay palabras para describir tanta belleza, ni tanta genialidad concentrada en tan poco espacio.
Contemplando a la sibila cumana –a la que sólo Virgilio ha dado nombre: Deífobe- me conmuevo aún más. Se aprecia el cruel contraste entre la decrepitud del rostro de ésta y la lozanía y belleza angelical de la de Delfos; Miguel Ángel hizo honor al mito, según el cual Apolo castigó las pretensiones de la sibila concediéndole la longevidad, más no la juventud.
Fuente: Dominio público. Wikimedia
Y, cómo no, recuerdo los bellos versos de la Eneida que hablan de ella, y, sobre todo, el fatal augurio que desvela a Eneas:
¡Guerras son lo que miro, horribles guerras,
sangre en el Tíber, aluvión de sangre!
Causa de tanto mal será de nuevo
una mujer extraña a los troyanos,
y el tálamo otra vez de una extranjera.
Augurio que en nada sorprendió a Eneas, según nos sigue contando Virgilio; y, desde luego, mucho menos a Horacio, que antes de la Eneida –y de las desgracias acaecidas a los troyanos por causa de tres extranjeras: Helena, Dido y Lavinia-, ya apuntó en sus Sátiras que “…ya antes de nacer Helena, la vulva de la hembra había sido causa de tristísimas guerras…”
Hoy, por desgracia, no es el amor o el despecho la causa de las guerras, sino el odio, la ambición, el fanatismo, la estupidez…

Mayo, 2017